Un presidente, un cantante y un escritor, resumen la tragedia de aquel Chile violentado por las armas. El presidente Allende murió defendiendo el poder que las urnas le habían dado. Víctor Jara murió porque las canciones, lo mismo que los libros, son la mejor arma de la verdad. El tercero, el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, fue la tercera víctima de aquellos hechos, aunque muriera indirectamente a causa de ellos. El 26 de septiembre, dos semanas después del golpe, su precaria salud ya no resistió lo que estaba viendo en su país y se quebró del todo a causa de la tristeza —¡qué singular es que un artista muera de tristeza!—. Su viuda, Matilde Urrutia, al ver que empeoraba, reclamó una ambulancia que los militares le negaron. No se habían atrevido a tocar al Premio Nobel, pero no quisieron ayudarle, tal vez, a sobrevivir. Neruda murió sin atención médica y a las pocas horas su casa era saqueada por soldados ignorantes y estúpidos. Sus archivos, sus originales, su obra viva, quedó destrozada, como días antes se habían organizado quemas de sus libros por parte de los militares y los ultraderechistas en todas las universidades y bibliotecas del país. Los militares las consideraban subversivas.