El relato se inicia con la siguiente cita del moralista francés Jean de la Bruyère: «Qué gran desgracia la de no poder estar solo.» Tras superar una enfermedad no definida, el narrador pasa el tiempo en un café londinense. Fascinado por la multitud que observa pasar a través de la ventana, considera los distintos tipos y personajes (nobles, amanuenses, comerciantes, abogados…), y el aislamiento a que están sometidos, a pesar de vivir apiñados en la gran ciudad. Al caer la tarde, el narrador se fija en «un anciano decrépito de unos sesenta y cinco o setenta años». El narrador, lleno de curiosidad, decide dejar el café y seguir a este hombre. La persecución se prolonga a lo largo de toda la noche y todo el día siguiente. Finalmente, exhausto, el narrador se enfrenta cara a cara al extraño anciano, quien, sin darse cuenta de haber sido seguido, pasa de largo. El narrador sospecha, al verlo perderse de nuevo entre la multitud, que debe de ser un terrible criminal, llamándolo «el hombre de la multitud».