No estaba seguro de lo que podía esperarse después de que sus autonombrados guardaespaldas se hubieran dado cuenta de que había salido del apartamento sin que se enteraran de ello. Se imaginaba una recepción con frases del tipo: «Vuélvelo a intentar y te mataremos». Pero jamás se le habría pasado por la cabeza encontrarse a Kyle y a Jace sentados en el sofá, codo con codo, y comportándose como los mejores amigos del mundo ante los ojos de cualquiera. Kyle tenía en las manos el mando del videojuego y Jace estaba inclinado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas, observando con atención el desarrollo del juego. Ni se dieron cuenta de que Simon acababa de entrar.
—Ese tipo de la esquina mira hacia el otro lado —comentó Jace, señalando la pantalla del televisor—. Si le atizas una patada de rueca, lo mandarás al carajo.
—En este juego no se pueden dar patadas. Solo puedo disparar. ¿Lo ves? —Kyle machacó algunas teclas.
—Vaya estupidez.