que la visitó. Estaba hecha de tablones terminados en pico, atravesados por otro diagonal que los sujetaba.
Contempló la casa que tantas veces había soñado.
Un Nordeste, que despejaba las nubes, hacía mover los plásticos que cubrían los andamios de la fachada, llegándole un sonido como el del viento que hincha las velas izadas de un velero y cesara repentinamente, dejándolas flojas y ruidosas.
La vivienda, de piedra de sillería, estaba cubierta por un tejado a cuatro aguas. Y en la segunda planta destacaba una gran galería de madera orientada a mediodía. La había comprado tres años antes con la esperanza de terminarla lo antes posible. “En seis meses”, le había dicho el constructor, pero esto nunca se cumplió. Se trataba de una rehabilitación, ya que no estaba permitido construir