• Dianela Villicaña Denahar citeretfor 8 måneder siden
    antiguos propietarios del solar. Y es que había recordado de repente la historia de un asesinato abominable que había tenido lugar en la posada del leopardo azul. El nombre de la víctima era Gaston. Nunca se descubrió al asesino
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    ¿Sabe cómo se llamaban los propietarios del solar? —preguntó el señor Townsend.
    —No estoy seguro —respondió el agente—, porque la época en la que prosperaron los propietarios originales fue mucho antes de que usted o yo naciéramos, pero sé que al terreno se le conoce como solar de Gaston. ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra usted mal
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    Después de investigar un poco, me enteré de que, según un rumor que corre por el vecindario, algo extraño sucede en el solar vacío que hay junto a la casa. Siempre me había preguntado por qué no habrían construido nada en él. Ha llegado a mis oídos que una vez se emprendió ese proyecto, y que hasta se firmó el contrato pero, al parecer, el contratista murió. Luego lo adquirió otro hombre, pero uno de los trabajadores murió cuando se disponía a empezar a excavar la tierra, y el resto dejó de trabajar. Lo cierto es que no presté mucha atención a ninguna de estas historias. Nunca he creído en estas excentricidades, y en realidad no había llegado a encontrar nada inusual sobre la propia casa, excepto que las personas que habían vivido allí decían que habían visto y oído cosas extrañas que procedían del solar. Pero pensé que ustedes lo llevarían bien, sobre todo porque no me pareció usted un hombre apocado, y la vivienda era la mayor ganga que he negociado nunca. Pero esto que me cuenta es del todo increíble…
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    Al día siguiente, el señor Townsend fue a hablar con el agente inmobiliario que le había vendido la casa.
    —No hay nada que hacer —le dijo—. No puedo soportarlo más. Venda la casa por lo que sea que pueda conseguir. Prefiero regalarla que quedarme un solo día más allí.
    A continuación añadió algunas palabras malsonantes para referirse a las personas que habían sido capaces de venderle una propiedad así. El agente clamó su inocencia en la parte que le tocaba
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    ¡Dios mío! ¿Qué me ha pasado? —murmuró.
    —Te parecías a ese horrible retrato de Tom Townsend que teníamos en el ático de Townsend Centre, padre —lloriqueó el chico, estremeciéndose.
    —Creo que, después de este horror que ha tenido lugar ante nuestros ojos, podría haberme parecido a cualquiera —gruñó David. Tenía la cara blanca—. Ve a ponerle un té a tu madre —le ordenó a su hijo duramente. Después cogió a Cordelia y la sacudió con fuerza—: ¡Basta ya! —le gritó a la oreja sin dejar de sacudirla—. ¿Acaso no eres creyente
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    El señor Townsend estaba igual de paralizado que los demás. Tras escuchar cómo se cerraba la puerta exterior, oyeron abrirse la del comedor y, lentamente, el grupo oscuro de personas que habían visto por aquella misma tarde entró. Ellos se pusieron de pie, todos a una, y se apiñaron en un rincón. Se mantuvieron agarrados los unos a los otros contemplando la escena que tenía lugar ante sus ojos Aquellas personas, con sus caras relucientes por la palidez de la muerte, atravesaron la habitación. Sus ropajes negros ondeaban y se plegaban alternativamente. Eran algo más altos que cualquier mortal, o eso parecían a los ojos aterrorizados de quienes los contemplaban. Avanzaron hasta la repisa sobre la que se encontraba el letrero de la posada. Un brazo largo vestido de negro ascendió e hizo un movimiento, como si estuviera llamando a una aldaba. Entonces todo el grupo atravesó la pared, desapareciendo de su vista, y el comedor volvió a quedar como antes. La señora Townsend temblaba presa de un ataque de nervios, Adrianna se encontraba al borde del desmayo, y Cordelia estaba histérica. David Townsend se quedó mirando el cartel del leopardo azul de una forma muy extraña. George, a su vez, le miraba a él, horrorizado. Había algo en la expresión de su padre que le hizo olvidarse de todo lo demás. Por fin se atrevió a tocarle el brazo, con timidez
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    Nada, bueno, es que… Se ven unas luces encendidas justo en los puntos en los que estarían las ventanas si hubiese una casa ahí. Es como si pudieras entrar dentro, pero al acercarte enseguida te das cuenta de que lo único que hay en ese lugar son esas zarzas secas de siempre esparcidas por el suelo. Me he quedado absorto observando el solar, y no podía creer lo que veían mis ojos. Una mujer que pasaba por ahí lo ha visto también. Ha mirado un momento, se ha puesto a chillar y se ha ido corriendo. He esperado un rato por si pasaba alguien más, pero no ha venido nadie
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    Venía andando… por… delante del solar, y… traía en una bolsa mi… sombrero nuevo y un paquete de… cinta azul, y… vi a un grupo de gente espantoso, ¡ay! Una multitud de personas con las caras pálidas y… todos vestidos de negro.
    —¿Y adónde han ido?
    —No lo sé. —Adrianna se hundió en la silla, respirando débilmente
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    El señor Townsend soltó el brazo de su mujer y dio una zancada hacia el objeto. Se trataba de un largo velo. Cuando lo levantó del suelo, este flotó en el aire, como imbuido de electricidad estática.
    —Es tuyo —le dijo a su esposa.
    —No, David. Yo jamás he tenido un velo. Ya sabes que solo me pondría algo así en caso de que tú… fallecieras. ¿Cómo ha llegado hasta aquí, entonces?
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    Si ha sido un terremoto, ¿cómo explicas eso? ¡Ah, ah, aaahhh!
    Estaba al borde de la histeria. Su marido la sujetó fuerte del brazo mientras sus ojos seguían la dirección que señalaba el dedo, rígido. Cordelia miró hacia allí también; sus ojos parecían despedir un brillo de terror. En el suelo, delante del espejo roto, había algo negro, un especie de montículo alargado de aspecto horripilante.
    —Es algo que has dejado ahí tirado —dijo en voz muy alta el señor Townsend.
    —No, yo no he tirado nada
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