Jaime Alfonso Sandoval

La Ciudad de las Esfinges

Theodore Farraday, uno de los mejores mayordomos de Londres, viaja con su patrón a Kenia, para acompañarlo a practicar su deporte: la caza de animales. Allí su patrón tuvo un desafortunado accidente al intentar cazar rinocerontes y fue aplastado por dos de ellos. Farraday quedó a salvo gracias a la ayuda de dos cazadores. Envió a su patrón a un sanatorio y cuando había decidido regresar a su tranquilo apartamento en Londres, fue contratado como mayordomo por sus salvadores. Los salvadores eran dos niños de menos de trece años, Diana y Aquiles Astorga. Farraday acompaña a sus nuevos patrones a un extraño evento al que son invitados los más destacados cazadores, investigadores, domadores, coleccionistas y expertos en animales; pues un millonario apasionado de la caza, que había muerto, dejó su herencia al que demostrara ser el mejor cazador del mundo. Para otorgar la herencia, se organizó un concurso donde el ganador sería el que cazara la presa más rara con el método más original. A partir de este evento Diana, Aquiles, Farraday y el señor Udo van en busca de Adam Bayard, un viejo profesor jubilado quien asegura tener las pruebas que demuestran que el ser humano no es el único animal racional sobre la tierra. Así emprenden un largo viaje a la zona prohibida en Lo Matang, Nepal, para intentar cazar un demonio con supuesta inteligencia. Farraday, Diana, Aquiles, el señor Udo y el profesor Bayard son cazados, maltratados y sometidos a cautiverio como animales en la Ciudad de las Esfinges. Primero llegan a un mercado en el que los venden para distintos fines: a Diana y al profesor los ponen en engorda para que sirvan como alimento; a Aquiles, por su conducta violenta, para trabajos forzados, al señor Udo para que actúe en un circo y a Farraday como la mascota de una niña lemuria. Farraday logra escapar y se auxilia de un investigador lemurio, llamado Eewon, para hacer un juicio y demostrar que los seres humanos son inteligentes; sin embargo, al ver que el jurado cambiará su veredicto deciden escapar junto con Eewon. Finalmente, después de regresar de la Ciudad de las Esfinges, se presentan al concurso y ganan el premio por haber cazado al lemurio. Pero, al igual que a ellos les sucedió, los humanos no aceptan que haya otros animales inteligentes.
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Oprindeligt udgivet
2015
Udgivelsesår
2015
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Vurderinger

  • Andres Meza Cardenashar delt en vurderingsidste år
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    Me parece que el mensaje es muy bueno, el giro de la trama me gusto, solo me hubiera gustado un final más concluyente.

  • Jocelyne Garcíahar delt en vurderingfor 5 år siden
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    Es un libro divertido. Disfruto mucho leyendo las explicaciones científicas que elabora Jaime Alfonso para narrar una historia. Además me encanta que en ningún momento abandona su tono de humor, con lo que logra una lectura muy amena. También disfruté mucho el papel tan importante de la rebeldía de los niños lemurios, así como su apertura y su empatía. Los grandes olvidamos a menudo ser así. He de confesar que me dió algo de cringe leer sobre caza y sobre el trato a seres que se consideran irracionales. Niño sé si volveré a ir a un zoológico pero definitivamente recomiendo esta lectura.

  • Diego Salvatore Cabrerahar delt en vurderingfor 5 år siden
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    😄Vildt sjov
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    Jaime Alfonso Sandoval como es costumbre no defrauda para nada con sus historias, La ciudad de las esfinges es un libro que publicó ya hace 20 años y aún así sigue siendo innovador, sin duda una muy buena opción de literatura infantil.

Citater

  • Lili Ferrantehar citeretfor 5 år siden
    Yo soy la prueba de que tampoco los humanos son los únicos seres racionales en la naturaleza. Demostraremos que ningún animal pertenece a nadie.
  • Andrea Poulainhar citeretfor 7 år siden
    Entre tantos personajes tan exóticos, mis patrones ya no me parecieron fuera de lo normal, ¿y quién podía resultar extraño en medio de degolladores de cabezas de Borneo y de tuaregs, los feroces guerreros de piel azul del Sahara?
  • Cristinahar citeretfor 4 dage siden
    La niña lemuria (si así podía llamarla) se sintió tan confiada de nuestra amistad que mandó llamar al lemurio mayor (¿su padre?) para demostrarle que yo no era ni tan peligroso ni tan criminal como le habían dicho, e hizo una demostración de dominio: me alimentó, me acarició la cabeza y nos estrechamos mutuamente. Yo me comporté como el más dulce de los gatitos, creo que hasta le lamí la mano.

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