A través de doce cartas dirigidas a un personaje que, aunque real, es también una mezcla de colegas, amigos y familiares; el autor intenta responder a una serie de preguntas e incertidumbres que delinean a un Dios que se revela en las experiencias humanas: en el silencio de un indígena otomí o en el balbuceo de un enfermo terminal, un Dios concreto y visible que se asoma a los ojos del prójimo y sólo puede ser descrito a partir de las historias de la vida misma.