La utilidad del deseo

El inspector general y Las almas muertas

La literatura ha ocupado casi toda mi existencia. Este es mi pecado principal.

GÓGOL, carta del 10 de enero de 1843

Como ocurre en los duelos, en la escritura un autor depende de otro, lo cual, por supuesto, se extiende a la lectura: quien recibe las palabras puede ser el cómplice o el oponente del autor. Célebre duelista, Pushkin no solo inaugura una literatura sino la forma creativa de leerla.

Pushkin, «Noches egipcias»

«El mal del ímpetu».

«El mal del ímpetu», de Iván Goncharov. Conocido por Oblómov

El cuento «Una historia china», de Mijaíl Bulgákov

En la iglesia un sacerdote le pregunta: «¿Diableas?» Ella responde sin vacilar: «Sí, siempre.» Lo que para el cura es un pecado, para ella es una liberación. Así comprende que el consuelo no puede venir de la iglesia: «Si hay sacerdote, hay ataúd [...]. Todo oficio ortodoxo es para mí una misa de difuntos.»

El magnífico relato «El diablo», de Tsvietáieva, expresa esta dialéctica: la creación surge de un extraño aliado, que en cierta forma es un oponente. Una niña tiene un amigo imaginario; convive con un personaje que para los demás podría ser monstruoso. Ella lo ama. Entiende, desde el principio y sin miedo alguno, que el diablo visita la habitación de su hermana. La razón es sencilla: su hermana lee. El diablo surge de los libros.

El autor actúa como un pararrayos; la electricidad del ambiente anima la página.