Tomar la palabra

Tal vez no debamos aprender más, sino desaprender sabiamente, quizás baste con abrir la puerta a la poesía, como propone el maestro Berbel, e invitarla a entrar. Ella exige sólo una condición: que exista un ambiente propicio para poder florecer.

Promover la poesía no es lo mismo que promover la lectura.

Cuando el niño no tiene abuelas o nodrizas que lo acunen, cuando sólo los jingles publicitarios llegan con su rima machacona y pueril a sus oídos, es el maestro el encargado de señalar la ruta.

Tal vez, para dedicarse a la poesía, sean necesarias también ciertas características personales, quizá una tendencia a la ensoñación, a la melancolía y a la fabulación que sólo o casi sólo con la poesía se puede cultivar.

Promover la poesía dentro de la escuela, sin embargo, es extremadamente difícil. Aquí la poesía comienza a llenarse de adjetivos que la desdibujan y transforman: poesía “infantil”, poesía “escolar”… Y los maestros, en nuestro rol doblemente preeminente de adultos y educadores, buscando seleccionar, explicar, en suma, enseñar.

María Elena Walsh agrega: “La poesía es, en definitiva, reconstrucción y reconciliación, es el elemento más importante que tenemos para no hacer de nuestros niños ni robots ni muñecos conformistas, sino para ayudarlos a ser lo que deben ser: auténticos seres humanos”.

El acceder libremente a la poesía, sin la fiscalización de un adulto que seleccione “lo adecuado” o prohíba lo inadecuado, parece ser la condición imprescindible para que ese primer contacto sea inolvidable. Los libros “inadecuados” son, por lo general, los que recordaremos toda la vida, porque nos permitirán volver a ellos una y otra vez, descubriendo siempre un nuevo reflejo. Los libros totalmente comprensibles, cuyas palabras y anécdotas sean fácilmente asimilables, nos darán una satisfacción momentánea, rápidamente olvidada.

Porque cada lector encuentra en el texto sólo lo que ya lleva consigo sin saberlo y, al leerlo, se lee a sí mismo.

“Poiesis es la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser en ser”, señala Platón en El banquete.

Creemos llegar al poema a través de las palabras, pero no sabemos que, inconscientemente, entramos en él por la puerta de la afectividad, o del ritmo