Aba había dado en el blanco por pura casualidad: sí, ella era una niña vieja. Había nacido con el estigma invisible de niña no querida en la frente. Y no importaba en absoluto si realmente la habían querido o no, y si algún día la iban a querer o no; el hambre nació con ella, y con ella desaparecería. Saciar semejante hambre era casi imposible; en el intento de aplacarla, muchos habían desfallecido. ¿Quizá Eresictón, el rey de la mitología griega, que falleció royendo sus propios huesos, fue castigado precisamente por esta hambre, y no por el hambre verdadera?
Aba y mi m