Los días del abandono

entía que sobre aquellas dos mitades Olga tenía escaso control, era poco resistente, poco persistente.

Si bien la imagen frontal me tranquilizaba diciéndome que era Olga y que seguramente conseguiría llegar bien al final del día, mis dos perfiles me advertían que no era cierto

Nunca usaba los espejos laterales, me reconocía solamente en la imagen que me devolvía el espejo grande.

En las hojas laterales del espejo vi separadas, distantes, las dos mitades de mi rostro

—Si nosotras nos queremos, siempre estamos guapas

¿Por qué tú puedes pintarte y yo no?

—Tienes razón, yo tampoco.

La solté y sumergí la cara y el pelo en el agua fría de la bañera. Me sentí mejor.

—¡Ya estás aquí! —dije, y quise abrazarla—. Así me gustas más.

si quería salvarme, salvar a mis hijos, al perro. Insistir en asignarme la tarea de salvadora.

Cuando la niña se dio cuenta de la repugnancia que debía de reflejar mi cara, sonrió abochornada, con los ojos brillantes, y me dijo como para justificarse:

—Somos idénticas.

Y al hacerlo di un respingo de repulsión. Se había puesto mi ropa, se había maquillado y llevaba en la cabeza una vieja peluca rubia que le había regalado su padre