ignoró.
–Su Majestad: con el debido respeto, usted ya no puede darse el lujo de ser un adolescente enamorado. Ahora tiene un deber que cumplir con su pueblo.
Kai dejó caer la mano y enfrentó la mirada de Torin con ojos inexpresivos.
–Lo sé –le contestó–. Haré lo que sea mejor para ellos.
Cinder se recogió la falda con las dos manos con un sentimiento de esperanza que se agitaba en su interior. Kai había entendido sus advertencias. Entendió el error que cometería si accedía a casarse con Levana. Cinder había tenido éxito.
Pero entonces Kai se dirigió a ella y su esperanza se hizo pedazos al ver que el desamparo marcaba unas líneas profundas en su ceño.
–Gracias por advertirme, Cinder. Por lo menos no me meteré en esto a ciegas.
La chica sacudió la cabeza.
–Kai, no puedes.
–No tengo alternativa. Ella cuenta con un ejército que puede destruirnos. Tiene un antídoto que necesitamos... debo correr el riesgo.
Cinder trastabilló, como si las palabras de Kai le hubieran dado el golpe del que la había estado protegiendo. Iba a casarse con Levana.
La reina lunar sería la emperatriz.
–Lo siento, Cinder.
Se veía tan destrozado como ella, y sin embargo, mientras ella sentía el cuerpo pesado e inmóvil, Kai encontró de alguna manera las fuerzas para dar media vuelta con la cabeza erguida y echar a andar hacia la plataforma que estaba al otro lado del salón, donde anunciaría su decisión a la concurrencia.
Cinder rebuscó en su cerebro algo que pudiera hacer para lograr que cambiara de opinión. Pero ¿qué otra cosa quedaba?
Kai sabía que Levana de todos modos declararía la guerra. Probablemente sabía que trataría de matarlo después de la boda. Tal vez sabía mejor que Cinder de actos más crueles y malvados que Levana hubiera cometido y nada de eso significaba una diferencia. En algún sentido, Kai era todavía tan inocente como para pensar que de aquella unión vendrían más bienes que males, y no iba a impedir que así ocurriera.
La única persona que tenía el poder de anular el pacto matrimonial era la propia reina.
Cinder sintió que un puño le apretaba el