Qué curiosidad histórica, qué reclamo del presente podía haber provocado aquel renovado e intenso interés en la figura de Trotsky a casi un siglo de su muerte? En un mundo globalizado, digitalizado, polarizado de la peor manera, dominado por el liberalismo rampante y triunfante y, para colmos, azotado por una pandemia de proporciones bíblicas que ponía (y sigue teniendo) en jaque el destino de la humanidad, ¿a qué venía tal expectativa por recuperar el destino de un revolucionario soviético del siglo pasado que, por cierto, había sido el perdedor en una disputa política y personal que se pretendió cerrar con su asesinato?