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Aiden Thomas

Los chicos del cementerio

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    No me llores,

    porque si lloras yo peno,

    en cambio, si tú me cantas,

    yo siempre vivo y nunca muero.

    «La Martiniana», canción popular mexicana
  • Nayeli Cortéshar citereti forgårs
    —Yadriel, demostraste un coraje y una fortaleza como ningún otro nahual desde hace miles de años. Te sacrificaste para salvar a tus amigos, a tu familia y, lo más revelador, a dos desconocidos. Pero algo así no solo se consigue con coraje y fortaleza: Nuestra Señora vio una grandeza en ti que yo no pude ver. Serás un gran nahualo y un gran hombre, y honramos el sacrificio que hiciste.

    Yadriel no sabía qué decir. Estaba estupefacto, rojo como un tomate y tan abrumado que apartó la mirada. ¿Grandeza? ¿Sacrificio? Él no sabía nada de eso; lo único que había intentado era hacer lo correcto.

    —También estamos profundamente agradecidos a Maritza —continuó Enrique, que centró su atención en ella—, pues también demostró una entereza increíble.

    A diferencia de su primo, Maritza estaba perfectamente cómoda con los elogios y asintió con firmeza. Verla levantar el mentón con orgullo calmó los nervios de Yadriel.

    —Sanar a Yadriel fue otro gran acto de amor y fortaleza. Estoy convencido de que veremos grandes cosas de ustedes dos. —Enrique se dirigió a los cuatro jóvenes y añadió—: De todos ustedes.

    —Ni se lo imagina —le susurró Maritza a su primo con un guiño, y él le devolvió la sonrisa.

    Conociéndola, Yadriel estaba seguro de que aprovecharía cada oportunidad que tuviera para recordarle que le debía la vida, pero no le importaba.
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    Julián, que estaba arrebatadoramente guapo, lo miró con curiosidad y preguntó:

    —¿Estás listo?

    —No —confesó Yadriel con voz ahogada.

    —Hazlo igual.

    Yadriel se echó a reír, lo cual ayudó a liberar algo de tensión, y agarró a Julián por la camiseta para besarlo. Cuando se apartó, Julián le persiguió los labios con una sonrisa embobada.

    —Luego. —Yadriel se rio, le apartó la cara con las manos y acabó de subir los peldaños.

    —Luego, ¿cuándo? —preguntó Julián corriendo tras él—. ¿«Luego-luego» o «arrástrame detrás de la iglesia en cinco minutos»?
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    Yadriel la ignoró y se apartó de Julián lo suficiente para poder mirarlo a los ojos:

    —Si vuelves a darme un susto así —dijo sin aliento—, te mataré con mis propias manos, Julián Díaz.

    La sonrisa de Julián era inmensa. Brillante. Cegadora.

    —Trato hecho —murmuró antes de aplastarlo con otro beso.

    Y Yadriel se dejó llevar con placer.
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    —¡Idiota! —le gritó con el ceño fruncido, pero con una sonrisa amplia que hacía asomar sus hoyuelos—. ¡Podrías haberte matado!

    Aquella fiereza sorprendió a Yadriel; en ese instante, se dio cuenta de que el espíritu de Julián no era más que una sombra de su yo auténtico. Vivo, ardiente, demoledor. Era abrumador, pero no le importaba que aquella sonrisa radiante le robara el aliento una y otra vez.

    —¡Eres tan bobo! —insistió Julián—. ¡Eres…!

    —Cállate.

    Yadriel se abalanzó sobre Julián, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó fervientemente. Sintió que Julián sonreía contra sus labios y sus brazos lo rodearon con fuerza de nuevo.

    Alguien soltó un silbidito.
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    Julián giró la cabeza a un lado y parpadeó con fuerza para aclararse la vista.

    Todos sus amigos estaban alrededor de su cama: Omar tenía los ojos inyectados en sangre y parecía furioso, Rocky estaba pálida, Flaca lo miraba con los ojos hinchados y lágrimas en las mejillas, y Luca estaba con la boca abierta como si hubiera visto a un fantasma.
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    —No lo sé —contestó Miguel observando nerviosamente al muchacho por encima del hombro de Enrique. Dirigiéndose a Julián, preguntó—: ¿Yadriel es tu amigo?

    Aquella palabra escocía.

    —¡Mi querido! —respondió ferozmente.

    Las cejas de Enrique se alzaron por completo de la sorpresa y Julián se sonrojó profundamente bajo todas aquellas miradas.
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    Como si acaso hubiera alguna fuerza en el mundo que pudiera separar a Julián de Yadriel.
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    —¿Estás listo? —preguntó Julián buscándole la mirada.

    —No —contestó Yadriel, porque no lo estaba.

    Julián soltó una risita de sorpresa que pareció aliviar algo de la tensión. A Yadriel le dolía la garganta, le picaban los ojos.

    ¿Cómo iba a superar algún día el haberse enamorado de Julián Díaz?

    Una sonrisa hizo aparecer de nuevo aquellos hoyuelos perfectos. Julián se acercó a él, le sostuvo la cara con una mano y le pasó un pulgar frío por la mejilla húmeda. La luz de las velas danzaba en los ojos oscuros y vidriosos del espíritu, que dijo:

    —Hazlo igual.
  • Nayeli Cortéshar citereti forgårs
    Julián se acuclilló, acarició la calavera con suavidad y rozó los pétalos de cempasúchil dorados. Entonces, alzó la vista hacia Yadriel y preguntó:

    —¿Mi propia ofrenda?

    —No me parecía bien que tú no tuvieras una, y menos durante el Día de Muertos. —Yadriel se encogió de hombros y se rascó la nuca—. No es mucho, pero pensé… No sé…

    Julián se puso en pie.

    —Es perfecta —dijo con sinceridad.
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