Pétalos de papel

Pero quizá preferirías que… no hubiese hecho nada —murmuré.

Te mojaste los labios. No pude evitar fijarme en cómo se acercaban después, tras dos segundos de duda. Sin palabras, te estiraste hacia mí hasta que me vi reflejado en tus pupilas y después, con mucho cuidado, presionaste tu boca contra la mía. Fue apenas una caricia, como lo había sido mi propio beso. Lo justo para recuperar el sabor de tu boca. Lo justo para que el corazón se me acelerase y volviese el cosquilleo a las puntas de mis dedos. Lo justo para que dejases tras de ti un estremecimiento y mi mente revolucionada.

No sé en qué momento se había acercado tanto, pero de pronto sus manos enguantadas estaban sobre mi rostro. Los ojos se me habían llenado de

lágrimas, así que vi el suyo emborronado. Aun así, recuerdo su expresión.

Recuerdo que estaba frustrado y triste y probablemente furioso también, aunque no conmigo, nunca conmigo. A pesar de que era mi culpa. Era mi culpa, mi culpa, mi culpa…

Lo único que consiguió acallar ese pensamiento fue su beso.

Hay momentos en los que no hay ninguna mentira que pueda convencer tanto como la verdad

Esta es la cosa con las mariposas: pueden parecer bonitas, pero son solo gusanos que han evolucionado y están destinadas a morir pronto.

lo sabe, no ha sido culpa mía —concluí con voz ligera.

Marcus levantó las cejas, sorprendido por mi cambio de tono.

—¿Disculpa?

—Que yo he hecho bien mi papel. Puede que aquel primer día fuera solo un notable, pero sigo siendo una actriz magnífica. —Levanté la barbilla, orgullosa—. Claramente el que no lo ha engañado eres tú. He ganado.

Quiero un premio.

—No sabía que esto era una competición.

Tu mundo cada día es más raro.

—Claro, el tuyo es supernormal.

Creo que es mejor equivocarse intentando hacer algo bueno que no intentarlo en absoluto.

—Yo… Sé que no lo he hecho bien. Sé que…

Mi respuesta fue inclinarme hasta apoyar mi frente contra la suya. Quería que no pudiese escapar, que me mirase de frente. Y aunque lo sentí tensarse, lo hizo.

tu caricia en mi pelo, tu beso en mi cabeza.

Yo no me moví. No podría haberlo hecho. Me estremecí contra tu cuerpo.

El fantasma de Odelle, desde una de las sillas vacías, nos miró antes de marcharse.

Los dos levantamos la vista a la vez cuando yo también me moví hacia ti.

En tus ojos solo me recibió la pena, mientras tu mano se entrelazaba con la mía. No esperaba que tirases de mí con aquel cuidado, que me instases a moverme hacia ti, a inclinarme. No esperaba que me hicieras reposar la frente en tu hombro, igual que tú te habías apoyado en mí el día anterior. No esperaba