Manual para estar en pareja

una nueva era: la era del amor.

los matrimonios arreglados a los matrimonios elegidos.

Decidió entonces hablar con él. Se paró frente a él y le dijo lo que sentía. Dio algunos rodeos y luego dijo algo como:

—Es que yo te veo muy enganchado y yo no lo estoy tanto... no quiero lastimarte...

En cuanto su novio comprendió hacia dónde iba, la detuvo.

—Espera —dijo con firmeza—. Yo estoy seguro de que estoy con la persona con la que quiero estar. Si tú no estás con la persona con la que quieres estar, es problema tuyo. Piensa qué quieres y después me avisas.

Y dicho esto, se dio media vuelta y se fue.

A los pocos días mi amiga me contó el episodio y dijo:

—La verdad... Me dio una lección.

Finalmente se casó con él. No era para menos. Una persona así es como para casarse.

Quizá finalmente se trate de eso, de amar a otro así, como Auden ama a las estrellas. Sin esperar otra retribución que la dicha de amar, ni siquiera la de ser amado

La pareja que mejores oportunidades tiene de superar los múltiples y diversos escollos que la vida conjunta conlleva es aquella en la que ambos pelean por ser el que ame un poco más.

Nos encontramos de nuevo con ese rasgo: el amor hace que alguien vea en otro la belleza que él mismo no ve.

En su libro Más que dos, Franklin Veaux y Eve Rickert dan una definición fantástica: la compasión, sostienen, consiste en atribuirle al otro siempre los mejores motivos. Cuando hace algo que nos daña, es infinitamente más probable que lo haga porque no supo hacer otra cosa, porque se estaba defendiendo de alguna íntima miseria o porque cuidaba algún interés propio.

Puede no parecerlo pero, en mi opinión, ésta es una de las cuestiones más importantes que pueden determinar el futuro de una pareja. Si somos compasivos con el otro, si comprendemos sus motivos sin menospreciarlos, si moderamos lo que esperamos del otro y aceptamos que no siempre estará (como tampoco lo estaremos nosotros) a la altura de nuestras expectativas, tendremos entonces más posibilidades de lidiar con los dolores que estar en pareja conlleva.

Tú sacas el mío y pones el tuyo de nuevo. Un cuento de nunca acabar. Así jamás podrá haber comunicación. Cuando yo intento dilucidar la veracidad de las palabras de aquel con quien hablo, lo que se establece es un interrogatorio o un careo, pero no un diálogo. Debo preguntarme, antes de comenzar una discusión, si estoy dispuesto a creer lo que mi pareja va a decirme. Si encuentro que no lo estoy, mejor ni empezar la discusión. De todos modos, en la mayoría de los casos, lo más recomendable para poder dialogar es disponerse a creer.

Por su parte, la cuestión de forma radica en hablar de lo que uno siente o desea y no de lo que el otro hace.

La cuestión de fondo es estar dispuestos a creer en lo que el otro dice. Para que el diálogo se vaya construyendo, como un modelo en el que un bloque se asienta sobre otro, es necesario que yo escuche lo que el otro me dice como una verdad, más específicamente como su verdad. Si yo no le creo, no habrá construcción alguna. Tú pones un bloque, yo lo saco y pongo el mío. Tú sacas el