La solidaridad también puede ser un lugar de curación, de nombrar tu propia complicidad y negarte a permanecer en silencio.
No hay nada local sin algo global. No hay mejor respuesta para combatir una sociedad fracturada y obsesionada con el individualismo que una política que conecte los puntos. Cuando nos solidarizamos unas con otras, estamos demostrando que reconocemos que la política ocurre en todas partes, a todos los niveles, en todas las regiones del mundo. Rompemos la idea de que el feminismo tiene un punto de origen continental; reconocernos unas a otras en la lucha es decir, te veo, entiendo que tienes agencia y, como no puedo estar a tu lado, quiero apoyarte desde donde estoy yo. La solidaridad, en un contexto internacionalista, requiere una práctica política emergente. Esto significa la capacidad de ser flexibles en nuestras respuestas y soluciones, de escuchar a los que están en las bases y de redistribuir los recursos.