La vida breve de Katherine Mansfield

cosido, como hacía mamá. Al dar cada puntada, es mi corazón el que empuja la aguja. Horrible. Pero ¿existe, entonces, algo más horrible aún que la realidad? ¿Y es eso lo que me asusta tanto?»

qué insistes en negar tus emociones? ¿Te avergüenzas de ellas?», pregunta alguien a uno de los personajes de sus cuentos. El personaje (es decir, Katherine Mansfield) responde: «No me avergüenzo en absoluto, pero las tengo guardadas en un cajón y las saco sólo de vez en cuando, como los tarros de mermelada muy especiales, cuando la gente que aprecio viene a tomar el té

Consideraba que jamás deberíamos hablar de nosotros con nadie, pues si hablamos, los demás irrumpen enseguida y pisotean como vacas la hierba de nuestro jardín.

sa hostilidad hacia el hombre, esa extrañeza ante la vida, esa pertenencia a mundos misteriosos y remotos que pueden ser tan propios de un animal como de un escritor

Virginia Woolf escribió: «La mujer inescrutable permanece inescrutabl

Como en el hada de la poesía juvenil, había en ella algo tan frágil, tan vulnerable que una palabra, un gesto, el mínimo soplo de viento o simplemente la luz bastaban para ofenderl

odos aquellos que conocieron a Katherine Mansfield en los años de su breve vida tuvieron la impresión de descubrir a una criatura más delicada que otros seres humanos: una cerámica de Oriente que las olas del océano habían arrastrado hasta las orillas de nuestros mares. «Era encantadoramente distante y tierna, con una media sonrisa en los labios.

Por la noche, soñaba con las hermanas Brontë

Leyó Rojo y negro, que le pareció «sobrio y noble». Compró una novela de Henry James —tal vez La copa dorada— y se enfrentó a «interminables

Leyó Rojo y negro, que le pareció «sobrio y noble». Compró una novela de Henry James —tal vez La copa dorada— y se enfrentó a «interminables páginas aburridas y enrevesadas» por amor a esa brusca y deliciosa sacudida, a esa violenta palpitación de gozo que la lectura de James le proporcionaba.