«Se dice fácil cuatro vidas, una vida, pero si es sólo levantarse, dormir, rascarse las picaduras de mosquito, partirse el lomo, amarrar la barca, cambiarse la camisa y, mientras tanto, ¿adónde ha ido la vida?», se pregunta el narrador de «El Conde», magistral relato largo de Claudio Magris que da nombre a este volumen, en el que se reúnen por primera vez en forma de libro los cuatro cuentos que lo conforman. Y es que mientras asiste al vanidoso Conde en su noble tarea de extraer cadáveres que flotan olvidados por un río, aprecia de cerca la contradicción implícita en alguien que obtiene fama y honores por su devoción y entrega hacia los muertos, mientras se muestra cruel e implacable con los vivos, en particular con las mujeres, puesto que «es de estúpidos ocuparse tanto de ellas, sólo los muertos merecen ser tomados en serio».En cambio, en «La portería» Magris retrata a un entrañable anciano que debe engañar a su familia para poder alejarse de ese «abstracto sí mismo que a veces le parecía un simple homónimo», para poder encontrar la tranquilidad ahí donde la sociedad y sus estrictas reglas relativas a la vejez en apariencia se lo tendrían vedado. Y si en «Las voces» asistimos a la progresiva obsesión de un hombre que sólo admite relacionarse con mujeres a través de las voces que registran en sus contestadores telefónicos, en «Ya haber sido» escuchamos como una hermosa letanía el goce implícito en la idea de no existir más: «¡Ah, la modestia, la ligereza de haber sido, ese espacio incierto y frágil en donde todo es ligero como una pluma, contra la presunción, el peso, la desolación, el abatimiento de ser!». Los personajes de Magris vislumbran o intuyen el fondo trágico de la vida sin apenas luchar contra su destino. Encarnan una aceptación impávida de aquello que los hace humanos y se convierten en una especie de espectadores de su propia existencia: disfrutan y padecen, pero siempre con la conciencia de que las cosas son como son y no de otra manera. Sin embargo, incluso el personaje que anhela con toda su alma la quietud de «ya haber sido» es capaz de estremecerse por ese fondo de belleza que está presente en la escritura de Claudio Magris, como si el autor en cada frase quisiera decirnos que frente al inevitable desasosiego de existir al menos nos quedarán siempre «las palabras verdaderas, silenciosas, ordenadas, que nada tienen que ver con las que se desatan entre la aglomeración de la gente y de las cosas».