Clara Obligado

El libro de los viajes equivocados

  • Itzel Casaña Floreshar citeretsidste måned
    Es viudo, pero no le importa. La muerte de su esposa sobrevino mucho más tarde de que lo hubiese dejado, cuando casi no se acordaba de ella, cuando, de hecho, ya la había enterrado. Hay muchas maneras de morir, piensa, y algunas ocurren con el corazón latiendo.
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    Así que primero se quedó solo dentro de sí mismo, después se quedó solo dentro de su casa, después dentro de la cama que compartía con su esposa, por fin se le hizo ajeno hasta su propio cuerpo dibujado en el sillón verde y le pareció que el aire que respiraba tampoco le era familiar, sino que pertenecía a algún planeta extraño.
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    Hay muchas maneras de morir, piensa, y algunas ocurren con el corazón latiendo.
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    La mujer despliega el papel, donde navega una sola frase: «Te querré hasta la muerte», dice. A partir de entonces sueña con él. A veces se pregunta si ha acertado al bajarse del coche en aquella mañana lluviosa. Cuando el dilema la punza, trata de espantarlo, como si fuera una mosca.
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    Como el hielo bajo el que se ocultaba el mamut, algo se ha quebrado dentro del corazón de la mujer. Ya no le gustan tanto los viajes y se siente sola cuando su amante, a veces durante semanas, tiene que dejarla en el hotel ordenando fotografías, repasando su contabilidad, organizando las entrevistas. Hace tiempo que es además su secretaria, todos admiran la inteligencia de esta unión apasionad
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    Vuelve al hotel enferma, siente que en lugar del antiguo animal se ha topado con su propio dolor. Es una sensación helada que la hace encerrarse en el baño y vomitar, parece que tuviera que arrancarse de las entrañas cubitos de hielo.
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    Dice un poeta que dilatar la vida de los hombres es dilatar su agonía, multiplicar el número de sus muertes. Se equivoca. Veo cómo mi padre se afana en ese hecho compensatorio y elemental que es la comida. En cambio yo, con la edad, he dejado casi de alimentarme y le he perdonado todo. Hasta cuando nadaba en la piscina llena de sangre. Le hablo del imperio sin alma de lo bello. Dice que no recuerda nada, con la boca llena grita y tapa mis preguntas, reclama a su esposa
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    Luego añade, bajando la voz, como si aquello fuera un secreto: «¿Sabes que estaba loca? Me hizo todo lo feliz que puede ser un hombre, y también tremendamente desgraciado. Por suerte murió dejándome tiempo para casarme con mi amante».
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    Cuando a mi padre dejó de importarle contar dinero, decidió construir una casa para albergar los libros que, como el ganado, crecían de forma infinita
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    Entre la multitud, Jan rememoró su propio arribo, el solitario estupor de los primeros meses, las noches en las que aún no tenía cama, el galimatías del idioma, la inmensa ciudad ajena por la que paseara su desconcierto y en la que, ahora lo comprendía, estaba su sitio.
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