Laura Ortiz Gómez

Sofoco

  • Malena Tejedahar citeretsidste år
    Todos quieren amor, pero nadie quiere lavar los platos.
  • Zalvehar citeretfor 2 år siden
    En la guerrilla te decían: Esto es una guerra de baja intensidad, como si las balas fueran de menor tamaño y no mataran
  • Gabriela Torohar citeretfor 2 år siden
    —Todos quieren amor, pero nadie quiere lavar los platos.
  • Yalid Vargashar citeretfor 2 år siden
    Una diría que la guerra es como las películas de acción. Pero no. Es quieta. Más que quieta es monótona. A la gente la matan y la matan y la matan, pero la guerra sigue.
  • Alejandra Arévalohar citeretfor 2 år siden
    Y es que el muerto de guerra es otra cosa, ¿sabe? Es cosa seria, cosa peluda, cosa callada
  • Kattyhar citeretfor 4 dage siden
    difuntos estaban más allá del bien y del mal. Diluidos pero presentes
  • Noé ✨🐞har citeretfor 12 dage siden
    Lloro hasta alcanzar un espacio vacío.
  • Kattyhar citeretfor 17 dage siden
    Y era raro estar en la presencia de una gran ausencia.
  • Kattyhar citeretfor 17 dage siden
    Y era raro estar en la presencia de una gran ausencia
  • Maria Paula Vargashar citeretsidste måned
    TIGRE AMERICANO: PANTHERA ONCA
    Todavía me hago pipí en la cama. Mi mamá llora cada vez que ve la mancha en la sábana, pero se hace la que no. Llora pasito, sin mover los hombros, casi sin mocos. La cara se le pone roja, me da la espalda y se pone a cocinar el desayuno. Son tantos años de pipís y llantos, que puedo saber si llora aun si está de espaldas. No nos gusta comenzar el día así, pero yo no puedo dejar de mearme y ella no puede dejar de llorar.

    Hoy vamos a bajar al pueblo para comprar los insumos de la coca. Mamá me dice que no me ponga las botas de caucho, me obliga a ponerme el vestido rosado que me aprieta en las axilas. Ese vestido era de mi cumpleaños siete, y yo ya tengo ocho. Ya no es tan bonito como era. Tampoco me quiero poner los tenis blancos, porque tienen la parte de abajo resbalosa, y van a dolerme los dedos cuando estemos bajando por el barro. Me voy a caer, ella camina tan rápido. No quiero quejarme, sé que mamá está brava porque está golpeando las ollas en la cocina. Entonces encuentro una respuesta: me pongo una bota y un tenis. Un poquito lo que ella quiere y un poquito lo que quiero yo.

    Me acerco por detrás. Le cojo la manito y le digo: Mamita, le prometo que no me vuelvo a orinar. Ella me mira los zapatos distintos y vuelve a llorar de esa forma calladita, tan rara. Llora y también se ríe. O, mejor dicho, sonríe. Yo le sonrío y me abrazo a su pierna, pero ella se vuelve a enfurecer. Que si no me cambio las botas me las cambia ella misma. Y corra a cambiarse, porque ella la mira a una tan seria que pueden dar temblores.

    Los costales de hoja de coca están en la entrada. Mamá dice que vamos a aprovechar para bajar dos. Me quiero poner a llorar porque me voy a caer cargando esa cosa, con esos zapatos que no se agarran de la tierra y con ese vestido que me aprieta la axila. Pero no queremos comenzar el día peleando, ¿cierto? Ella también está vestida como de misa.

    Cierra la casa con candado y triple vuelta, echamos a andar para abajo. Yo me voy imaginando un buen par de garras que se hunden en el barrial y así concentradita no me voy cayendo. Hoy no es como antes, que le vendíamos la hoja a Aníbal y nos daba muchos billetes y un día compramos un radio y zapatos nuevos y hasta una muñeca. Toca vendérselo todo a ellos. Todo en el pueblo es con ellos. A nadie le gus
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