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José Soto Chica

El águila y los cuervos

La caída del Occidente romano es uno de los temas más abundantemente tratados por la historiografía, desde Gibbon hasta nuestros días, y sigue fascinándonos como fascina mirar a un abismo: ¿cómo un imperio tan poderoso, y en apariencia tan sólido, se debilitó hasta caer en apenas setenta años? Las respuestas a esta cuestión han sido múltiples y se han planteado desde numerosos prismas, achacándose culpas sea a bárbaros, sea a cristianos, sea a ambos; enfatizándose factores climáticos, desequilibrios sociales o marasmo económico; apuntando a la erosión de los viejos valores, a las innúmeras guerras civiles o a la corrupción de las élites… Esta pléyade de respuestas subraya el desafío que supone tratar de comprender y explicar por qué Roma cayó, un desafío que asume José Soto Chica, uno de nuestros mayores expertos en la Antigüedad Tardía y autor de libros señeros como Imperios y bárbaros o Visigodos. Hijos de un dios furioso, para plantear, a su vez, otra pregunta: por qué el «imperio gemelo», la Roma de Oriente, Bizancio, sobrevivió y prosperó, mientras Occidente se hundía y disgregaba. Alrededor de este eje, El águila y los cuervos desarrolla un relato vibrante sobre el convulso tiempo que medió entre el reinado de Juliano el Apóstata y el día del año 476 en que Odoacro depuso al último emperador de Occidente, el niño Rómulo Augusto, para enviar las insignias imperiales a Constantinopla. Un relato que integra los distintos aspectos que tener en cuenta para entender el proceso que quebró al Imperio –políticos, militares, sociales, religiosos, económicos o culturales–, pero en el que la erudición no ahoga un ritmo frenético, con personajes trágicos de la talla de un Aecio –«el último de los romanos»— o una Gala Placidia, con emperadores funestos como Valentiniano III y otros como Mayoriano que trataron desesperadamente de salvar los restos del naufragio, con bárbaros como el godo Alarico o el vándalo Genserico, saqueadores de una ciudad cuyos muros no había hollado ningún enemigo en ochocientos años. Porque lo impensable pasó: Roma cayó, y los cuervos se enseñorearon sobre el águila.
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Oprindeligt udgivet
2022
Udgivelsesår
2022
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  • Carlos Vasquezhar citeretsidste år
    Todo lo anterior nos muestra que la restauración del poderío romano lograda por Flavio Constancio hacia el 418 fue una empresa titánica, pero también evidencia que se hizo a costa de la seguridad de las fronteras, de donde se retiraron más y más tropas para cubrir las filas de los ejércitos de campaña y, con ello, claro está, se entró en una espiral endemoniada: las fronteras estaban abiertas a los invasores, los invasores devastaban las provincias, el gobierno central tenía entonces que reducir los impuestos de las provincias –debido a la penuria que provocaban las devastaciones de los bárbaros–, esto se traducía en menos oro y menos oro significaba menos soldados y así hasta el colapso final.
  • Carlos Vasquezhar citeretsidste år
    Así que mientras que en el Occidente dividido entre Máximo y Valentiniano II ninguno de ellos lograba ligar a sus intereses el apoyo ni de las élites, ni del pueblo, ni del partido religioso hegemónico, Teodosio sí lo conseguía y con ello se fortalecía enormemente frente a sus «colegas y rivales».
  • Carlos Vasquezhar citeretfor 2 år siden
    Los atacotes, los Athach Tuatha en gaélico, «los sometidos», un oscuro pueblo vasallo de las tribus gaélicas irlandesas que en la segunda mitad del siglo III se había alzado contra sus dominadores y huido al sur de Caledonia (sur de Escocia) y que mantenía costumbres tan salvajes como la antropofagia ritual y la posesión en común de las mujeres, se había aliado con los pictos, tan fieros como ellos y famosos por cubrir sus rostros y cuerpos con intrincados tatuajes azules, así como con los gaélicos escotos de Hibernia. La confederación norteña desbordó el Muro de Adriano y, en connivencia o no, con los piratas francos y sajones del norte de Germania, puso en jaque al ejército romano desplegado en Britania.

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