Había visto cómo algunas personas de la ciudad asumían que los indígenas de San Juan eran seres inferiores; vio muchas veces cómo trataban de engañarlos en los negocios con las cosechas o con los animales; fue testigo de cómo muchas señoras encopetadas se tapaban la nariz con dos deditos haciendo cara de fuchi por el supuesto mal olor de las indígenas que van a vender al mercado de la ciudad; sabía, además, que los niños no se andan con medias tintas cuando de burlas se trata. Y entre todo sumado, Herminio tuvo la certeza de que al pobre de Nacho (su servidor y amigo) me tocaría una suerte bastante perra.