grababa en nosotros un recuerdo tan dulce (mucho más preciado, a nuestro juicio actual, que aquello que leíamos con tanto amor) que, si se nos ocurre todavía hoy hojear los libros de antaño es simplemente como revisar esos únicos almanaques conservados de días extinguidos, con la esperanza de ver reflejados en sus páginas las casas y los estanques que ya no existen.