esta vida secreta, entonces, uno tiene el sentimiento de encerrarla consigo cuando va, temblando, a asegurar la cerradura; de empujarla delante suyo en la cama y de acostarse al fin con ella en las grandes sábanas blancas que le muestran por encima la figura, mientras que, bien cerca, la iglesia toca para toda la ciudad las horas de insomnio de los muertos y los enamorados.