— Cada estrella que pasa —dijo Ott— es un verano de nuestra vida. —No —le corrigió Nadia, su novia, sin dejar de mirar al cielo—. Cada estrella que pasa es una vida.» Un profesor de universidad que ha rodado por Europa como una bola del desierto sin echar raíces en ningún lugar regresa a Ibiza, donde pasó sus mejores años de joven, para asistir junto con su hijo a la lluvia de estrellas de la mágica noche de san Lorenzo. La contemplación del cielo, el olor del campo y del mar y el recuerdo de los amigos perdidos desatan en él la melancolía, pero también la imaginación. Como ya lo hiciera en La lluvia amarilla con celebrada maestría, Llamazares vuelve a usar un lenguaje preciso y poderoso para dibujar una atmósfera poética a través de la cual la voz de narrador evoca y cuenta los pormenores de una existencia vivida con reflexión y emoción a un tiempo.