Élisabeth Roudinesco

Nuestro lado oscuro

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    Nacido en 1404, Gilles de Rais pertenecía por parte de padre a la ilustre casa de Laval-Montmorency, y por parte de madre a una de las familias más ricas del reino. Sin embargo, el mundo en que vivió –el de la guerra de los Cien Años– estaba entregado al pillaje. Convertidos en predadores, los herederos de la antigua caballería gustaban del asesinato y la crueldad. En el reinado de Carlos VI –monarca loco–, la rivalidad entre los Armagnac y los Bourguignon era provechosa para la potencia inglesa; cada campo tomaba alternativamente el control de París y del rey sin que jamás fuera restaurada la autoridad rea
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    Adepto de la demonología, la mística, la anormalidad, J.-K. Huysmans se apasionó por el destino del mayor criminal perverso de la época medieval: Gilles de Rais.1 Sin embargo, es a Georges Bataille a quien debemos la primera publicación de los autos del proceso de ese Barba Azul enigmático, cuyos actos prefiguraban la inversión sadiana de la Ley y parecían dar un contenido antropológico a la noción de crimen en cuanto manifestación de una inhumanidad propia del hombre: «El crimen», decía Bataille, «es algo propio de la especie humana, es incluso propio exclusivamente de esta especie, pero, sobre todo, es su aspecto secreto [...]. Gilles de Rais fue un criminal trágico: el principio de la tragedia es el crimen, y aquel criminal fue, quizá más que ningún otro, un personaje de tragedia [...]. El crimen, evidentemente, requiere la noche; sin ella, el crimen no sería el crimen, pero el horror de la noche, por muy profunda que sea, aspira al esplendor del sol.»2
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    noción de disciplina se conceptualizó como uno de los pilares del sistema de pensamiento propio de la perversión: tanto en los manuales redactados por los juristas y los psiquiatras como en las obras escritas por los perversos para popularizar su ars erotica.
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    finales del siglo XIX, tras la publicación por Leopold Sacher-Masoch, en 1870, de su novela La Venus de las pieles, psiquiatras y sexólogos catalogaron la flagelación como el prototipo de una perversión sexual basada en una relación sadomasoquista entre un dominante y un dominado; por ejemplo, el hombre podía convertirse en la víctima de una mujer a la que obligaba a ser su verdugo.2
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    la parte superior a la inferior, y luego de Sodoma a Gomorra, la flagelación, antes acto purificador, ya no era, pues, sino una práctica de placer, centrada en la exaltación del yo. Y fue en esta forma como se generalizó en el siglo XVIII entre los libertinos: Sade, uno de sus más fervientes adeptos, la asociaba con la sodomía
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    Sobre todo por el hecho de que los penitentes –metamorfoseados en adeptos de una sexualidad pervertida– optaban ya no por azotarse la espalda, como quería la antigua tradición, sino la totalidad del cuerpo, y en especial las nalgas, receptáculo por excelencia de una potente estimulación erótica. Por lo demás, experimentaban un placer extremo en dejarse flagelar y azotar por sus íntimos.
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    aposentos secretos del Louvre.»1

    Tras haberse considerado un rito de mortificación que perseguía transformar el cuerpo odiado en un cuerpo divino, l
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    dejar de ser una ofrenda a Dios o un culto mariano, la flagelación se contempló entonces como un vicio ligado a una inversión sexual o a un travestismo, en especial cuando se sospechó que el rey Enrique III, homosexual notorio, se había entregado a ella tras haber fundado, en 1583, una congregación de penitentes:
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    fuerza de recurrir a la desmesura, las metamorfosis identitarias y las transgresiones, los flagelantes acabaron por ser vistos como poseídos por las pasiones demoníacas que pretendían vencer.1
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    Llevaban una camisa blanca, se cubrían la cabeza con una capucha, se azotaban dos veces al día enarbolando cruces y cantando himnos religiosos. Para no verse seducidos ni por la lujuria, ni por la gula, ni por ninguno de los pecados capitales,2 no ingerían ningún alimento superfluo y renunciaban a todo comercio sexual. Consagrados al culto de la Inmaculada Concepción, mediante la metamorfosis de su cuerpo buscaban desposar el cuerpo virginal de María y sustituir su identidad masculina por la de una virgen, asexuada y no mancillada por el pecado original
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