Niña y Basurero

no puedo llorar. Soy un árbol seco. Un tronco grueso, que se quiebra. Un árbol de una esquina. Que no tiene dueño. Orinado por el primer borracho que camina cerca. Esperando una patada mortal que finalmente lo derribe, o bien una chispa para incendiarse llevándose consigo todo lo que encuentre a su paso.

Recién cuando vaya a nacer vamos a llamar a tu marido”. “Ahora dormí”. “Aprovechá”. Yo quería estar con mi marido, con la vecina o con la quiosquera. Necesitaba que alguien me hablara. Que me trajera de vuelta de mis pensamientos de catástrofe inminente y de muerte segura al norte de Argentina.

ese momento lo que entonces no me parecía normal en mi cuerpo era paradójicamente naturalizado por todos a mi alrededor. Ellos decían entender mis síntomas. A veces siento que la mayoría de las personas hasta se alegraron cuando por fin empecé a quejarme de las manchas y los edemas. Se sintieron felices de verme la panza cuadrada y de enterarse de que tenía que dormir sentada para poder respirar.

Soy un árbol seco. Un tronco grueso, que se quiebra. Un árbol de una esquina

El aire no es gratis como pensamos. A veces la muerte parece una bendición.

Era un sentimiento raro en el centro del pecho. Me sentía vacía y desdichada. De forma repentina me di cuenta de que no sabía para qué estaba en este mundo. Cuáles eran las cosas que me distinguían de otras personas.

Otra madre habló por ella. De que los hijos y las hijas salen y no regresan. De que se investiga y no se sabe nada. Después les devuelven los restos podridos en una bolsa negra, pero no son los hijos que ellas buscaban. Toca correr las moscas con las propias manos.

Lucero nació a las pocas horas, cuando comienza el día pero todavía no se ve el sol. Dudé en ponerle Alba, Solange, Clara.

Para mí no quería parecer mujer. Sólo mejorar algunas cosas.

Y el verbo no se volvería carne. Y cuando al poco tiempo lo velaron yo no pude escribir nada, ni mucho menos presentarme ante la madre para darle el pésame. Preguntaron antes de volcar la tierra sobre el cajón si alguien quería decir unas palabras, pero en mí ya no había ninguna poesía. Todo lo que pude hacer fue despedirme mentalmente de él.