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Bøger
Kirk Douglas

Yo soy Espartaco

  • Miguel Ángel Vidaurrehar citeretfor 3 år siden
    Hay un vínculo más extraño entre Kubrick y yo que jamás he contado a nadie. Cuando atravesamos aquellos problemas durante el rodaje de Espartaco, en una ocasión le pedí que me acompañara a una de mis consultas con el doctor Herbert Kupper, mi psiquiatra. En aquella época no era raro utilizar las consultas para tratar de resolver problemas concretos; y Stanley y yo teníamos más de una cuestión que podría requerir un arbitraje profesional.

    No sé decir si aquello sirvió para mejorar nuestra relación, pero el doctor Kupper sí hizo una sugerencia a Stanley que acabó teniendo repercusiones palpables en su vida. Le recomendó un libro, una novela en alemán del año 1926 escrita por Arthur Schnitzler, Relato soñado, de la que pensó que se podría hacer una buena película. Cuarenta años después, ese libro sirvió de base para la última película de Stanley, Eyes Wide Shut.

    De todas las pe
  • Miguel Ángel Vidaurrehar citeretfor 3 år siden
    En 1991 descubrimos que la escena eliminada de «las ostras y los caracoles» seguía guardada en las cámaras acorazadas de Universal. El problema era que la pista de sonido era inservible. Tony Curtis vino y volvió a grabar sus frases de Antonino más de treinta años después de que se grabaran originalmente. Con mucha gentileza e imaginación, Joan Plowright propuso que tal vez pudiéramos pedir a Anthony Hopkins que dijera las frases de su difunto esposo, pues Hopkins era capaz de hacer una imitación soberbia de Olivier. De manera que ahora, cuando Craso explica a Antonino que «el gusto no es lo mismo que el apetito», la voz que oímos hablar es la de sir Anthony Hopkins. Hizo una labor increíble. Escuchen atentamente a Olivier en las otras escenas: apuesto a que no aprecian la diferencia.

    En 1960, Jean Simmons pre‍
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    Bueno, ¿qué nombre vamos a poner como guionista de esta película?

    Eddie respondió de inmediato lo que yo sabía que diría:

    —El mío, no.

    —Bien, eso nos deja un problema —dije—. Si tu nombre no aparece como guionista, tenemos que utilizar solo el nombre de Sam Jackson… y no existe. Eso es lo que sucedió el año pasado con «Robert Rich» y nadie se lo tragó.

    —Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Eddie.

    Stanley, que hasta el momento había guardado silencio, tomó la palabra:

    —¿Por qué no utilizas mi nombre?

    Eddie y yo nos miramos, sin dar crédito a lo que oíamos.

    Stanley prosiguió sin reparar en nuestro intercambio de miradas.

    —¿Por qué correr ese riesgo? Si ponemos mi nombre nadie lo pondrá el duda. La he dirigido y la he escrito: fin del asunto.

    Miré a Stanley.

    —¿No te daría vergüenza firmar con tu nombre un guion que ha escrito otro?

    —No —respondió Stanley, sin pensárselo—. Simplemente estoy tratando de buscaros una salida.

    Por el rabillo del ojo pude ver que Eddie estaba indignado. Yo sabía lo mucho que despreciaba la injusticia de las listas negras y lo mucho que odiaba tener que desempeñar el papel de falso guionista. Eddie era un hombre de principios. Stanley era un hombre de cálculos.
  • Miguel Ángel Vidaurrehar citeretfor 3 år siden
    Aunque yo no viajé a España, las informaciones periódicas que recibía eran, en partes iguales, alarmantes y estimulantes. Nada más salir por la puerta del aeropuerto, todo el asunto se vino abajo. El generalísimo fascista Francisco Franco ordenó a su ministro de defensa cancelar el proyecto cuando nuestro equipo ya había llegado a Madrid. Tras una serie de negociaciones frenéticas —que, según me enteré posteriormente, incluyeron un pago en efectivo realizado directamente a la «organización benéfica» de la esposa de Franco—, el rodaje volvía a ponerse en marcha. Contratamos 8.500 soldados españoles, a razón de 8 dólares diarios, para que representaran el papel tanto de soldados romanos como de esclavos rebeldes.

    La única orden terminante que dio Franco fue que no se autorizaba que ninguno de sus soldados muriera en la película. No es que le preocupara mucho su seguridad, simplemente no quería que nosotros hiciéramos que pareciera como si murieran. Orgullo español.

    Aceptamos las condiciones de autobombo de Franco y Kubrick rodó un metraje extraordinario.
  • Miguel Ángel Vidaurrehar citeretfor 3 år siden
    correspondencia escrita mantenida con ellos resulta cómica hoy día. En la coyuntura en la que estábamos, era extenuante, irritante y destructora de toda creatividad. Estas son algunas de sus perlas más ajadas:

    p. 1: El atuendo de los esclavos tendrá que cubrirles el cuerpo adecuadamente.

    p. 2: Los azotes corren el riesgo de resultar en exceso brutales.

    p. 8: Solicitamos que elimine esta utilización concreta de la palabra «maldito».

    p. 23: Solicitamos que elimine el uso de la palabra «maldito».

    p. 24: Los taparrabos deben ser decorosos.

    p. 27: La siguiente frase resulta innecesariamente atrevida y pedimos que se cambie: «Entrenar eunucos es un despilfarro de dinero».

    p. 31: Recomendamos que reconsidere la aparición de la frase «Nunca tuve una mujer».

    p. 45: Los detalles de la muerte de Draba parecen en exceso truculentos.

    p. 72: Las escenas de hombres y mujeres bañándose desnudos serán inaceptables.

    p. 78: El siguiente diálogo hace pensar que Craso es un pervertido sexual, por lo que no se puede autorizar.

    p. 85: El diálogo de esta página invita a pensar claramente que Craso siente atracción sexual por las mujeres y por los hombres. Este matiz debe ser suprimido por completo. Se evitará toda insinuación de que Craso encuentra atractivo sexual en Antonino.

    p. 86: En esta escena parece mencionarse el tema de la perversión sexual. Concretamente, apreciamos que Craso hace descansar su mano en el joven y vemos la reacción del joven ante esto.

    p. 93 y p. 94: Toda insinuación de que Craso es un pervertido sexual es inaceptable.

    p. 142: El siguiente diálogo es inaceptable: «¡Y cuando este niño salga de tu dulce, dulce vientre, quiero que él también sea libre!».

    p. 168: No podemos autorizar la alusión a las manchas de leche en la túnica de Varinia. Esto incluye el diálogo al respecto entre Craso y Varinia.

    p. 200 y p. 201: Esta escena parece insinuar el peligro de mostrar en exceso a Varinia mientras da el pecho a su hijo.
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    Finalmente, pese a las objeciones iniciales que expuso, Stanley acabó rodando la escena de «Yo soy Espartaco». Solamente teníamos un problema. Para producir la impresión de que había millares de hombres gritando «Yo soy Espartaco» necesitábamos realmente millares de voces. A alguien se le ocurrió la feliz idea de grabarlas en un partido de fútbol americano televisado para todo el país. Publicidad y producción de una sola tacada.

    Enviamos al joven John Gavin, que interpretaba el papel de César, al Michigan State, donde los Spartans —¿qué otro equipo podría ser mejor?— jugaban contra el Fighting Irish of Notre Dame [Irlandeses Luchadores de Notre Dame] ante 73.450 hinchas enfervorizados. Sin que se supiera muy bien cómo, entre perritos calientes y cervezas, los convenció para que entonaran la ya emblemática frase, «Yo soy Espartaco», para nuestras grabadoras, con una calidad de sonido propia de un estudio. Hoy se habría grabado simplem
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    ya que estamos hablando del asunto este de entender, hay otra cosa que quiero que entiendas. Cuando te envío una nota con comentarios sobre el rodaje de una escena, espero al menos una respuesta. Te he enviado unas hojas con comentarios sobre la escena de «¡Yo soy Espartaco!» y ni siquiera te has molestado en responder.

    —Eso es porque no quiero hacerla —dijo Kubrick, tranquilamente—. Es una idea estúpida.

    Eso fue lo peor que podía decir.

    Hice avanzar a la montura contra él. La yegua lo arrinconó contra la pared con el hocico, inmovilizándolo allí.

    —Escucha, capullo —dije—. He cooperado contigo en todo y tenías razón en casi todo. Tenías razón cuando cortaste casi todo mi diálogo al principio de la película. Tenías razón en la escena de Varinia y Espartaco, cuando solo debían unir sus manos; es mucho mejor como tú lo filmaste. Tenías razón cuando dijiste que había que dar mayor realismo a las escenas de batalla. Nos ha costado un montón de dinero y de tiempo más, pero te he apoyado en todos los momentos del camino.

    —Kirk… —empezó a decir.

    —Cierra la boca. Tal vez esto sea una idea estúpida, pero vamos a verlo para probar. Si no funciona, lo cortaremos, pero vamos a rodarlo.

    En ese momento mi voz sonaba lo suficientemente alta para que todo el equipo lo oyera. Estaban pendientes de cada palabra.

    Por primera vez, Stanley parecía ligeramente intimidado. No hubiera querido hacerlo delante de todo el equipo, pero quizá fue buena cosa. Tenía un talento enorme… hasta decir basta. Con un poco de humildad, pensaba que realmente podría ser un magnífico director.
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    Mis batallas con Stanley alcanzaron por fin su punto culminante ese mismo día. El asunto de la escena crucial en la que un Espartaco apresado y los soldados que todavía lo acompañan están encadenados, a la espera de su destino. Envié una nota a Stanley con lo que yo pensaba que era una buena idea para representar la lealtad del ejército de esclavos a su dirigente:

    La batalla ha terminado y en un barranco próximo al campo de batalla, todos los prisioneros están cercados; buena parte de ellos ya están encadenados y sentados, a la espera de la inminente decisión. Están abatidos; hay mucho bullicio de soldados romanos, generales a caballo, carretas tiradas por mulas cargadas de cadenas para los prisioneros…

    A cierta distancia, en una loma, se encuentra el noble Craso sobre su caballo blanco. Está inspeccionando a la congregación de prisioneros…, a su lado se encuentra uno de sus generales. A una señal de Craso, su subordinado se acerca a ellos con un grupo de esclavos.

    En voz alta, proclama que aquel que identifique el cuerpo vivo o muerto de Espartaco será puesto en libertad. De repente, un silencio se cierne sobre los prisioneros. Espartaco se levanta…

    Al instante, Antonino se pone de pie y levanta el brazo. «¡Yo soy Espartaco!» David, el judío, lo imita. Uno tras otro, centenares de esclavos se van levantando poco a poco, gritando todos ellos a pleno pulmón: «¡Yo soy Espartaco!».

    Craso permanece al margen, contemplando esta pantomima de victoria por parte de un grupo de hombres condenados. Se da media vuelta sobre su corcel mientras en sus oídos resuena el grito creciente de los esclavos exultantes, que proclaman al unísono «¡Espartaco!», «¡Espartaco!», «¡Espartaco!».

    Kubrick no respondió a mi propuesta, lo que no sirvió más que para acrecentar mi irascibilidad.
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    Después de seis meses de tratar de hacer despegar una película del oeste titulada El rostro impenetrable, el voluble Brando dejo marchar a Kubrick y decidió dirigirla él mismo. Eso significaba que Stanley estaba disponible para hacerse cargo de Espartaco.

    —¿Qué le has dicho? —preguntó Harris.

    —¿Por ciento cincuenta de los grandes? Le he dicho: «Mándame el guion». Me lo están enviando por mensajería ahora mismo a mi casa.
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    Ahora, ¿dónde demonios iba a encontrar otro director?

    Woody Strode en el papel de Draba, avanzando para matar. ¿Qué hace Stanley Kubrick sentado junto a nosotros?
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