En el caos de la caída de la civilización, en medio de las ruinas nihilistas del fin de una época, ante lo que espera al cuerpo fáustico, el arte puede instalarse en la vanguardia, a la manera de un laboratorio conceptual, ideológico, intelectual y filosófico. Después de la muerte de Dios y la de Marx, seguida por la de ídolos más pequeños, cada cual queda ante su cuerpo, como al comienzo. ¿Cómo definirlo, cómo aprehender sus modalidades, comprenderlo, entrenarlo, someterlo, domarlo? ¿De qué manera esculpirlo? ¿Qué se puede, qué se debe esperar de él? ¿Hasta qué punto se puede contar con esta irreductibilidad ontológica?