Recordaba lo que me había dicho Alberto, que un hijo era la cosa más importante que le podía ocurrir tanto a un hombre como a una mujer. Pensaba que al menos para las mujeres aquello sí era de verdad lo más importante pero no para un hombre. Para Alberto la vida había seguido igual después de que naciera la niña, hacía los mismos viajes y los mismos dibujos en su cuaderno y anotaba sus comentarios en los márgenes de los libros y salía a la calle con el mismo paso ligero de siempre y un cigarrillo entre los labios. Él nunca estaba de mal humor por culpa de la niña, porque no había comido o estaba demasiado pálida. Ni siquiera sabía qué comía la niña y tal vez ni siquiera se había dado cuenta de que sus ojos habían cambiado de color.