Cuando monologaba consigo misma, Elena empleaba palabras de persona mayor, frases sensatas y maduras que le venían a los labios de forma natural, pero que le habría dado vergüenza pronunciar en otras circunstancias, del mismo modo que habría encontrado ridículo pasearse emperifollada como una señora. Al hablar, se veía obligada a expresar sus ideas con frases más sencillas, corrientes y torpes, y eso confería a su parlamento una especie de titubeo, de tartamudeo que irritaba a su madre.