La biblioteca de la medianoche

Quería encontrar un propósito, algo que le diera un motivo para vivir. Pero no tenía nada.

veces la única manera de aprender es vivir.

Estás al día con el programa de esta semana, ¿verdad?

—Eh, sí, creo que sí. ¿Podrías refrescarme la memoria?

La mujer suspiró, bienhumorada, como si fuese habitual que Nora no tuviera ni idea de dónde tocaban al día siguiente.

Llevaba fuego dentro.

Se preguntó si la abrigaría

o si la destruiría.

Supo que el fuego

no tiene razones.

Las razones eran solo de ella.

De ella el poder.

Era una fatiga glamurosa. Como si fuera la tía molona de Billie Eilish.

Arrancó a cantar y se sintió viva. Aún más viva de lo que se había sentido nadando en su cuerpo de campeona olímpica.

Se preguntó por qué le había dado tanto miedo aquello, cantar ante una multitud. La sensación era maravillosa.

El corazón le batía como el tambor de un baterista in crescendo. Llegaba el final de la canción, al parecer.

De repente, algo le quedó meridianamente claro, por fin, en ese preciso instante: ella no quería morir.

Su mente se apaciguó y empezó a sentirse libre. Solas, ella y el agua.

Quizá me quedé trabada. Quizá estoy trabada en todas mis vidas. Es decir, a lo mejor es que yo soy así y ya está. Una estrella de mar es una estrella de mar en todas sus vidas. No hay vida en la que una estrella de mar llegue a ser ingeniera aeroespacial. Y quizá no haya vida en la que yo no esté trabada.

ni siquiera el Prozac —o la fluoxetina— bastaba para hacerla emerger.