La nostalgia de los sentidos

Escribir también es una forma de poner al sol las heridas que están dentro y envenenan la sangre.

Tan importante es abrir como cerrar. La experiencia en las prisiones me enseñó que todo proceso que inicia debe cuidar su buen final.

Antes de hacer la obra, el actor contaba ese hecho sin mayor pudor, pero al hacerlo en el teatro, frente a los espectadores, fue tomando conciencia de lo que hizo. El teatro, ese maravilloso espacio que quizá no abra la conciencia de los espectadores pero quizá, sí, un poco, la nuestra, cambió algo en ese hombre, en ese homicida que dejó la delincuencia para dedicarse al teatro. Así como el teatro te escupe si no eres sincero, así te abraza y te transforma cuando pones tu verdad en él.

Mi abuela contaba historias, y me insistía en que no solo las personas cuentan historias, también las calles, las ciudades, los árboles, el mar. todos tienen una historia en la punta de la lengua para los que saben escuchar. A mí, la abuela me heredó el don de escuchar.

Escribo porque un día encontré que algunas cosas dolían menos si las leía en vez de recordarlas. Escribo porque hay cosas que no entiendo y creo que al respirarlas en el teatro tendrán una respuesta colectiva. Escribo porque las palabras no dichas, no lloradas, no besadas, se vuelven fango dentro de uno y acaban por invadir el cuerpo.

Coincido con quienes dicen que el recuerdo necesita tiempo para incubar, para volverse onírico, sensorial, casi perfecto. El recuerdo construye su propia teatralidad y es importante dejarlo crecer para cosechar sus propias flores.

Mucho se ha dicho: Si quieres ser universal habla de tu aldea. Pero yo he descubierto que mi aldea no es solo el lugar en el que nací, mi aldea también soy yo, con mis recuerdos, mis desmemorias, mi odio, mi amor, mi infancia, mis pesadillas y mis sueños. Esa es mi aldea, esa es la aldea de cada uno de nosotros.

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demanda una retribución justa con la creación de obras que estén al nivel de ese acto de amor