Se dice a menudo que, después de los profesores y profesoras, quienes ejercen la dirección de una institución escolar son las segundas personas que más influyen, en el aprendizaje de alumnas y alumnos. En esta obra Michael Fullan explica como el modo de maximizar el rendimiento estudiantil no radica ni en la microgestión ni en iniciativas autónomas; muestra cómo debe cambiar el rol del director o directora escolar y cómo puede hacerse rápidamente, a gran escala. El autor muestra cómo las direcciones escolares han sido encajonadas en un rol estrecho que recorta su capacidad para desarrollar la institución escolar en su conjunto. Arroja luz sobre lo fácil que es, en tiempos de crisis, que los equipos directivos escolares hagan lo que no hay que hacer: emprendan acciones ineficaces o incluso contraproducentes, en particular cuando no se sienten completamente responsables. Pero incluso en las condiciones externas más duras, siempre hay margen para la acción.
Michael Fullan explica cómo escoger las claves correctas en vez de las erróneas: prestando menos atención a la rendición de cuentas y concentrándose, en cambio, en el refuerzo de capacidades; centrándose menos en cuestiones tecnocráticas y más en la pedagogía; abandonando las estrategias fragmentarias y luchando por lo «sistémico», y renunciando a las soluciones individualistas en beneficio del esfuerzo colaborativo; comenta cómo las direcciones escolares pueden promover el capital profesional del profesorado y generar mejor clima en las aulas, favorecedor del aprendizaje de todas las alumnas y alumnos; para hacer que las instituciones escolares se transformen en auténticos espacios de enseñanza y aprendizaje. Aquí se explican los tres roles clave que deben desempeñar quienes ejercen la dirección con el fin de lograr un mayor impacto sobre el rendimiento estudiantil: líder del aprendizaje, actor importante en el municipio y en el sistema educativo y agente del cambio.