imagino a una Sontag impasible, una Sontag que levanta su rostro ya arrugado, sus pesados párpados, sus ojos negros, y mira al público entre las mechas de su pelo entrecano y a pedazos enteramente blanco, una pensadora evaluando la reacción de ellos mientras pronuncia estas preguntas acusatorias—, que aunque la paz es, en principio, deseable, si implica la renuncia a demandas legítimas, si es una paz a costa de la justicia, entonces lo más plausible es que ocurra la confrontación bélica.