El corazón se me dispara.
–No actúas como si lo estuvieras.
Se inclina y aprieta su frente contra la mía; su delgada nariz me roza la mejilla.
–Porque no sé cómo amarte y, a la vez, ser un buen rey para mi pueblo, y esa es una batalla que estoy librando a diario, sin ninguna espada. –Su voz destila angustia en cada palabra–. Pero ahora me doy cuenta de que nunca lo seré si eso significa perderte.