La princesa Rhaenyra era harina de otro costal. Daemon se pasaba luengas horas en su compañía, encandilándola con relatos de sus viajes y batallas. Le regalaba perlas, sedas, libros y una tiara de jade que se decía que había pertenecido a la emperatriz de Leng; le recitaba poemas; cenaba con ella; practicaba la cetrería con ella; navegaba con ella, y la divertía mofándose de los verdes de la corte, los «lameculos» que mariposeaban en torno a la reina Alicent y sus hijos. Alababa su belleza y declaraba que era la doncella más hermosa de los Siete Reinos. Tío y sobrina comenzaron a volar juntos casi a diario, haciendo carreras con Syrax y Caraxes hasta Rocadragón y de vuelta.