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Bøger
Kelly Quindlen

Esa chica me vuelve loca

  • mikiweirdhar citeretfor 6 måneder siden
    porreros que se pasan un canuto, en las del equipo de fútbol que les ríen las gracias a los jugadores de béisbol, en el chaval que está vomitando en la esquina y...

    En Tally.

    En medio de la sala, enrollándose con una tía.

    Me quedo sin respiración. Me siento como si una losa de cemento me hubiera caído sobre el corazón.

    Es una chica a quien no había visto nunca, así que no debe de ir al instituto de Grandma Earl. Seguramente sea de Candlehawk, por la ropa que lleva. Y es muy guapa. Tally la besa con tanto entusiasmo que casi parece que se la quiere comer. Por dentro, es como si todas mis entrañas gritasen de dolor.

    Noto una mano cálida en el hombro.

    —Deja de mirar. —Irene presiona con firmeza hasta que consigue darme la vuelta.

    —Pero...

    —No, Scottie. —Me mantiene en el sitio. Su voz es más suave de lo normal—. No te tortures.

    Nos miramos a los ojos. Su mirada es de preocupación, pero no soy capaz de apreciarla en el estado en que me encuentro. Me escabullo como puedo y salgo al patio trasero a toda prisa.

    En el último momento, al cerrar la puerta, miro hacia atrás y veo que Tally me observa.
  • mikiweirdhar citeretfor 6 måneder siden
    —Uf, qué horror.

    —Te lo dije —continúa Kevin—. Creo que el tipo les ha puesto ajo crudo.

    Irene observa la interacción con la nariz arrugada. Cuando me alejo de la caja de palitos de ajo, me coge del codo.

    —Gracias. Me habría pasado toda la noche si hablarte.

    —En ese caso, «cariño», tal vez me podrías acompañar a la cocina.

    —Me encanta cómo se hablan —le susurra Honey-Belle a Danielle.

    —Totalmente de acuerdo. —Gunther se ha acercado a Honey-Belle todo lo posible mientras se tapa la boca con la mano.

    Irene empieza a ir hacia la cocina, pero la sujeto.

    —¿Qué pasa ahora?

    —Tenemos que ir de la mano. Queremos que Tally se trague esto, ¿no?

    —Estás fatal de lo tuyo —responde, pero me da la mano.

    Atravesamos la multitud, que nos observa con descaro. Para cuando llegamos al centro de la casa, tengo el corazón a mil por la expectativa de ver la cara de Tally aparecer en cualquier momento. Escudriño la sala por el rabillo del ojo, pero no la veo por ninguna parte.

    —¿Y bien? —azuza Irene.

    —Ya aparecerá. Vamos a tomar algo.

    En la cocina hace un calor sofocante y está a reventar de gente, pero el océano se aparta para dejarnos pasar hasta que llegamos a la isla que tiene las bebidas encima. Cojo el vodka y la limonada para ponerme una copa.

    —¿Qué quieres? —pregunto a Irene.

    —Agua.

    —Ja, ja. Te hago uno de estos.

    —No, ya te lo he dicho. Quiero agua.

    Me aparta de un culazo, coge un vaso de plástico y lo llena en el fregadero. Le pone una rodaja de lima en el borde para que parezca un cubata.

    —¿Qué pasa? No me apetece que la gente me dé la brasa por no beber —comenta cuando ve mi expresión.

    Yo sacudo la cabeza: esta chica nunca deja de sorprenderme. Es una distracción agradable de la preocupación por Tally.

    —Danielle está colgadísima de Kevin —dice.

    Se me para el corazón.

    —Anda ya. Qué va.

    —No me jodas. Se ve de lejos.

    —Eso es... No...

    Levanta una ceja.

    —Vale —gruño—. No se lo cuentes a nadie, anda.

    —¿A quién se lo iba a contar? Además, Danielle me cae bien.

    Estoy a punto de responderle cuando le cambia la cara. Se le abren los ojos como platos y deja de respirar.

    —Mierda. —Su mirada se dirige a algún punto por encima de mi hombro
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    —Uf, qué horror.

    —Te lo dije —continúa Kevin—. Creo que el tipo les ha puesto ajo crudo.

    Irene observa la interacción con la nariz arrugada. Cuando me alejo de la caja de palitos de ajo, me coge
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