Mi hija ya es adulta, pero, cuando era niña, en una ocasión un niño le pegó en la cabeza con un camión metálico de juguete. Un año más tarde, vi al mismo niño empujar con malicia a su hermana encima de una mesa de café de cristal. Su madre lo agarró enseguida (mientras la niña asustada se quedaba en el suelo) y le dijo susurrando que no hiciera esas cosas, mientras le daba cariñosas palmaditas de una forma que tan solo indicaba aprobación. Lo que estaba haciendo era crear un pequeño Dios-emperador del Universo, y ese es, en realidad, el objetivo no confesado de muchas madres, incluso algunas que se tienen por defensoras de la absoluta igualdad de los sexos. Estas mujeres se oponen a gritos a cualquier orden que emita un hombre adulto, pero se apresurarán en cuestión de segundos a prepararle a su vástago un sándwich de mantequilla de cacahuete si este se lo pide mientras juega, enfrascado y con aires de importancia, a la consola. Las futuras parejas de estos niños tendrán todas las razones del mundo para odiar a sus suegras. ¿Respeto por las mujeres? Eso vale para otros chicos, otros hombres, no para sus queridos hijos.