Leer mata

De qué sirve leer si no nos acordamos de lo que hemos leído. De qué sirve leer si no estudiamos. De qué sirve leer si no somos precisos, atentos y ordenados.

liberarse. En ¿Cómo debería leerse un libro?, Virginia Woolf defiende la autonomía de los malos lectores: «Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En cualquier otra parte nos pueden atar leyes y convenciones; ahí no tenemos ninguna

leer no es vivir muchas vidas / leer es que te den una paliza

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Dice Marcel Proust que hay momentos en los que la lectura puede dejar de ser saludable para sus adeptos. Momentos en los que los libros no facilitan nuestra mirada crítica ni nuestra creatividad, sino que obsesivamente nos someten.5

La idea de suicidio me persigue». No es menos irónico que en sus cuadernos Sylvia Plath asegurase que Virginia Woolf solo le empezó a gustar a raíz de La señora Dalloway y, en concreto, a través de sus reflexiones sobre la luz y la oscuridad, esto es, sobre la vida y la muerte

La vida no es para ella una novela, la vida es solo vida, y tal vez sea eso lo que duele. Tanta irrelevancia.

Y, así, leer es lo más parecido a soñar. Nos dejamos llevar por la narrativa de otro.

Piensa. Cierra los ojos. La idea va a llegar. A ese espacio temporal de gestación, a esa alteración mística o cosquilleo de la espina dorsal, Maurice Blanchot lo llama «el “todavía no” del pensamiento»; del mismo modo, en la que fue su tesis doctoral, Monique Wittig lo denomina «el astillero literario»

Lo que leemos se nos contagia, aunque podamos portarlo toda una vida de manera asintomática.

Me dijiste que para Gustavo Bueno el escritorio era «el suelo de las manos». Mis manos derrapan, se caen, tropiezan, saltan a la pata coja.