Las casas trascienden la memoria. Su núcleo, cada una de sus piedras y sus granos de arena la conservan cuidadosamente como quien alberga entre las manos a un pajarillo que acaba de desplomarse del nido. Las casas custodian su misterio y sus secretos blandamente, sin lanzas ni escudos, a través de cortinas de papel o cajas al alcance de quien quiera abrirlas. Si las casas se derrumban la sangre se va con ellas, las conexiones neuronales que hacen posible el recuerdo se pulverizan bajo sus muros y desaparecen para siempre. Pero mientras una casa permanezca en pie, aunque cerrada durante años, aunque vendida a otros dueños, aunque cambiada e irreconocible, será posible escuchar y ver cuanto aconteció en ella con sólo apoyar las manos en los tabiques y hacer un poco de presión.