Como ya se apuntó, muchos son los nutrientes del ascenso de esas figuras carismáticas y ostensiblemente ominosas: el malestar con los sujetos e instituciones que hacen posible la democracia (políticos, partidos, congresos, gobiernos), los fenómenos de corrupción reiterados, el discurso antipolítico, las expectativas no cumplidas de amplias capas de la población, las desigualdades de todo tipo que obstaculizan una mínima cohesión social, los errores de sus adversarios, los flujos migratorios que son convertidos en chivos expiatorios de los males que sacuden a los habitantes “originarios”, las pulsiones identitarias excluyentes y seguramente hay otras.