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Ernesto Ballesteros Arranz

El imperio romano

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    La última mitad del I a.J.C. y la primera mitad del I d.J.C., es decir, la época de Augusto, es llamada el «siglo de oro» de las letras romanas. Destacan tres poetas excepcionales: Virgilio, autor de las «Bucólicas, las «Geórgicas» y la «Eneida» -remedo de la «Ilíada», que quiere ser la gran epopeya patria de los romanos-; Horacio, autor de las «Odas» y las «Sátiras», de incomparable sabor humano; Ovidio, autor mucho más íntimo y original en sus «Pónticas», «Tristes» y «Tratado del Amor»
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    Por último, debemos señalar la figura del Emperador Marco Aurelio (121-191 d.J.C.), cuyo profundo sentido estoico se siente en una dulcificación de leyes y costumbres de su época. Es muy famoso su libro de «Pensamientos»
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    La única filosofía que influyó en Roma fue el estoicismo; pero no debe culparse a la filosofía de la disolución moral y religiosa de los romanos, porque ésta comenzó en el II a.J.C., mientras que el estoicismo sólo dominó en Roma tres siglos después. Fue la filosofía de nobles y burgueses, pero se extendió sobre capas tan amplias de la sociedad, que transformó la vida de Roma, desde el Emperador (Trajano, Adriano y Marco Aurelio eran estoicos), hasta el más bajo de sus súbditos
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    En resumen, el Imperio es una época de vacío religioso y moral, de búsqueda de nuevas soluciones que puedan sustentar una nueva política, una nueva ciencia, un nuevo arte
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    La moral de esta época sufre una relajación parecida y se hace preciso que el Estado intervenga cada vez más en la vida pública hasta llegar al absolutismo del Bajo Imperio, donde el poder del Estado se impone totalmente al individuo, reduciéndolo a un número en su corporación o gremio
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    Alejandro Severo es el gran tolerante que admite todas las religiones y las rinde culto
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    Y no son sólo ideas religiosas, porque durante el siglo II a.J.C. siguen entrando en Roma costumbres y creencias griegas y asiáticas, como el refinamiento corporal, la homosexualidad, etcétera, hasta que a mediados del I a.J.C. se atreve a decir César: «¿La República? ¡La República no es ya más que una palabra!».
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    El Derecho se funda en un estado colectivo de la vida humana. Al cambiar este estado ha de cambiar el Derecho público. Por eso dice Ortega: «Al quebrarse las creencias comunes, se resquebraja la legitimidad». La religión deja de ser una creencia común y se convierte en un acto discutible. El romano, al enriquecerse, se moderniza y se individualiza. Esto es Io, que Arnold Toynbee llama la «intoxicación por la victoria»
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    A comienzos del siglo II a.J.C., concretamente en la segunda guerra púnica, a finales del lll (212 a.J.C.), Tito Livio dice que a raíz de la porfiada contienda con Aníbal, comienzan a sentirse en Roma fenómenos religiosos y sociales extraños, y parece «que los dioses fueran otros». Dice así concretamente: «El Foro y el Capitolio andaban llenos de turbas de mujeres que ni hacían sacrificios ni oraban según las costumbres patrias. Embaucadores, místicos y adivinadores se apoderaron de las mentes de los habitantes de Roma, cuyo número había aumentado mucho con la plebe rústica, obligada a refugiarse en la ciudad desde los campos incultos y devastados, víctima de la miseria y el terror.
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    Europa Central también sufrió una romanización cuya vía de acceso fue el Danubio. Fue mucho menos intensa, pero se notan sus efectos. Augsburgo, Salzburgo, Viena, etc., son las ciudades más romanizadas. Dalmacia y el Epiro se romanizaron más tarde y produjeron individuos como Aureliano y Diocleciano.

    En África se crean algunas colonias como son Bizerta, Leptis Magna, Gabes, Timgad, etc… Son ya grandes ciudades, quizás las más grandes y mejor conservadas del Imperio.
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