Daniel ayuda a las ovejas a traer corderos al mundo. El hombre corpulento caza tejones con sus perros. Trabajar el tejón para luego ponerlo a pelear ante los apostadores es un “deporte” prohibido pero bastante cultivado, una subcultura que resiste y una ceremonia de iniciación: aquí la violencia se hereda de padres a hijos.
Y aunque Cynan Jones no escatima en detalles, La tejonera es un milagro de pocas palabras y la demostración de que una novela corta puede crear un mundo tan expansivo como el de esas “largas y luengas” obras que todavía se escriben pero no sabemos si se leen.
Ternura y brutalidad se cifran una a otra en La tejonera como el destino de estos dos hombres, pero aquí no hay simplistas oposiciones románticas entre el bien y el mal, olvídense del bucolismo pastoral. Jones escribe sobre la anatomía del dolor y el aislamiento de la pérdida con la precisión de un naturalista pero, al mismo tiempo, con un lirismo que le ha valido comparaciones con Dylan Thoman y Ted Hughes. Hay quienes encuentran en su obra ecos de Cormac McCarthy, el primer McEwan y Hemingway.
También del Antiguo Testamento. Y hay quienes ven en su prosa la fuerza pura de un boxeador peso pluma, pero las comparaciones sirven para lo que sirven y la literatura, lo que escribe Cynan Jones, no puede resumirse ni parafrasearse.