Puesto que nos consideramos tan importantes y especiales, exageramos nuestras buenas cualidades y generamos una opinión engreída de nosotros mismos. Prácticamente, cualquier circunstancia, como nuestro aspecto físico, posesiones, conocimientos, experiencias o posición social, sirve para alimentar nuestro orgullo. Cuando hacemos un comentario ingenioso, pensamos: «¡Qué inteligente soy!», y si hemos viajado al extranjero, nos consideramos personas fascinantes. Incluso nos enorgullecemos de comportamientos de los cuales deberíamos avergonzarnos, como ser hábiles para engañar a los demás, o de cualidades que imaginamos poseer.