ría darle nada, no hasta saber que no había vuelto con Sterling, pero, a la mierda, podía ser parte de su penitencia, así que la golpeé una y otra vez, mi palma abierta aterrizando en su culo, alternando nalgas, hasta que se pusieron rojas.
Podía verla mojarse, su coño prácticamente llorando por mí, no me importaba, que llorara, y luego fue como un torrente descontrolado y yo disparé sobre su ropa del día anterior un orgasmo poderoso, pero duro, sucio y corto, porque ella no llegó conmigo. No estaba satisfecha, así que yo tampoco, aunque no se tratara de satisfacción, era una especie de venganza, y Dios, era un imbécil.