Friedemann Schulz von Thun

El arte de conversar

  • MaRiilú Oreshar citeretfor 5 år siden
    el contenido objetivo, la automanifestación, la relación y la incitación.
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    Sigmund Freud dijo una vez: «El primero que lanzó un insulto en lugar de una flecha fue el fundador de la civilización».
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    Pregunta: ¿Qué ventajas tiene esta metáfora aparte de que pueda gustar especialmente a la gente interesada en el deporte?
    Respuesta: Aquí queda muy claro que se puede marcar un gol en un campo (por ejemplo, en el campo objetivo) y, al mismo tiempo, en la propia puerta en otro campo (por ejemplo, en el de la relación). También puede suceder que el balón de un campo salga disparado por los aires hasta otro campo, y de pronto, por equivocación, se esté compitiendo con dos balones.
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    «La comunicación es un deporte que se juega en cuatro campos y con cuatro balones al mismo tiempo».
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    Es probable que la capacidad de obligar emocionalmente al receptor y enviarle incitaciones ocultas se adquiera en la infancia, ya que le sirve al niño como defensa ante posibles lesiones. Cuando un niño advierte que manifestar determinados pensamientos y deseos provoca reacciones difíciles de soportar, aprende a ocultarlos. Después también aprende a expresar estos pensamientos y deseos de tal manera que el receptor no los entienda del todo; descubre la ambivalencia como método de ocultación. Desarrolla una habilidad para evitar poner en evidencia las intenciones que siente vergonzosas, y así evitar posibles reacciones a las que no fuera capaz de hacer frente. Los deseos que exigen este tipo de camuflajes indican las regiones sensibles de las personas (Beier, 1966, pág. 280, traducción no literal al alemán de Schulz von Thun).
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    Susceptibilidades. Mucha gente de nuestro entorno es (demasiado) sensible, por ejemplo, a las críticas. Enseguida se ofende, pone cara de sufrimiento o reacciona con un enfado agresivo. En el aspecto de la autoexposición están dando testimonio de su falta de autoestima. Y, a la vez, en el aspecto de la incitación, envían una especie de instrucciones de uso de cómo tratar con su persona: «¡Debes tratarme de este o aquel modo, y no te permito que me trates de esta o aquella otra manera!». La incitación por lo general funciona, los receptores están de acuerdo en que hay que tratarle con «paños calientes» y así dan a entender que quieren participar en el juego.
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    El miedo. Una mujer de 23 años tiene fuertes ataques de pánico cuando, llegada la noche, su marido tarda en regresar a casa (Schulte y Thomas, 1974). Al miedo se asocian sudoraciones y dolores de estómago, y alguna vez es tan intenso que la mujer llega a desmayarse. Cuando el hombre regresa a casa trata de tranquilizarla. Preocupado, se vuelca en ella y le promete tenerlo en cuenta, y en el futuro solo llega por las noches tarde a casa en casos de extrema necesidad. El terapeuta rápidamente advierte que se trata de un miedo con objetivo, y que el miedo, además, consigue ese objetivo. Se revela así como una estrategia que más o menos funciona para lidiar con las propias inseguridades vitales. Es muy eficaz, aunque esto no signifique que la mujer esté fingiendo los ataques de pánico simple y llanamente para atar a su marido. Estos ataques son completamente reales. Pero también son noticias con una fuerte demanda a algún receptor importante. En el ejemplo, puesto que el hombre actúa acorde con la demanda, se comprueba que el pánico ha tenido su efecto y –desde el punto de vista del emisor– tiene sentido.
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    El sueño y todos los fenómenos espontáneos son como las palomas: si se intentan atrapar se escapan volando; si se les ofrece la mano abierta, quizá se posen en ella.
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    Las incitaciones que impiden la conducta espontánea

    En el último apartado hemos visto que ciertas acciones de alguna manera pierden su esencia en cuanto se efectúan obedeciendo a una incitación. Es el caso de las acciones o conductas que, por su naturaleza, solo surgen de forma espontánea, es decir, que solo pueden producirse de forma voluntaria y por el propio impulso. Cuando el emisor incita al receptor a hacer una de estas acciones de naturaleza espontánea, se suele hablar de la «paradoja-sé-espontáneo» (Watzlawick y otros, 1974). Un ejemplo: un hombre muy rara vez regala flores a su mujer, y solo si ella se lo pide expresamente. Así que ella le dice: «¡Me gustaría que alguna vez me regalaras flores sin que yo te lo pidiera!». El hombre no puede dar una respuesta a la incitación, precisamente porque es esta la que lo impide.
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    En un sistema cerrado de reglas e instrucciones en que se prescriben todas las buenas acciones sin resquicio alguno, en lugar de fomentarlas más bien se impide su cumplimiento. Si todo lo que es correcto está regulado, los jóvenes se evadirán buscando experiencias de iniciativa propia en conductas infantiles o destructivas. Las heroicidades no son compatibles con las prescripciones.
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