Ya no se oye hablar mucho de liberación; todos los eslóganes son sobre la agresión sexual y otras intrusiones: «No más cultura de la violación», «No significa no», «Controlaos a vosotros, no a las mujeres».
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ningún grado de empoderamiento extinguirá el horror del mundo, ni debería delimitar nuestra protesta ante ese horror.
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La «desafiante insistencia en actuar como si uno ya fuera libre» produce una realidad diferente que perseverar en los «aspectos insidiosos de nuestro desempoderamiento»; concentrarse únicamente en este último no nos lleva a lo primero.
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Sin escenarios de aprendizaje, no tenemos posibilidad de averiguar lo que queremos (o de qué querríamos permanecer alejados).
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«La promiscuidad sexual trae sus propias formas de inteligencia; muy pocas personas llegan a conocer esta verdad»,
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debemos permitirnos no tener miedo a que nos contamine la ambivalencia, y no tener miedo a intentar describir –de hecho, experimentar– encuentros sexuales en escenarios que estén más allá del pecado, el abuso, la violación o el trauma.
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En uno de esos escenarios el sexo sería un escenario de aprendizaje.
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«Para la gente el sexo tiene un significado. Referirse a él como un mero lugar de peligro, o un instinto que algunas personas no pueden controlar, o una fuente de poder, o un añadido, o un accesorio de la vida, nos empobrece mucho.»
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Tenemos que poder presentar nuestras quejas sin sobrevalorar la queja como un hábito mental, sobre todo porque ese hábito puede suponer un obstáculo a la hora de perdonar nuestros propios errores o profundizar en la comprensión de nosotros mismos.
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En algún lugar tenemos que estar dispuestos a ser sujetos sexuales, lo que significa aprender a habitar y expresar la experiencia sexual fuera del binomio del agresor y el agredido.