Al margen de la piel, a través de la cual podemos tocar la de otro, sólo la voz, emitida en forma de ondas, es capaz de tocar directamente nuestros tímpanos, de dar calor a nuestros oídos.
Dos territorios en los que el tacto puede existir.
Su naturaleza permanece inalterable, incluso después de la muerte. Como si fueran la última parte de una persona que ya no está, nos aferramos a los únicos órganos aún capaces de tocar.